Adicto al paraíso – Relato corto

Introducción

Lucas es un adolescente sociópata de finales del siglo XXII adicto al metaverso, que usa para evitar sus problemas mentales y familiares. En él tiene toda su vida social e incluso su «trabajo». El problema: un día se va la luz y su vida cambiará para siempre. Esta narración futurista combina amor, amistad, adicción y miedo a la soledad. Es la que presentaré (obviamente, está completamente escrita por mí) al certamen literario de mi instituto en poco más de un mes, espero que la disfrutéis.

La historia

El mundo real era muy aburrido. Llevaba poco más de una hora escuchando un holograma a tiempo real de mi médico, vamos, una figurilla azul tridimensional creada a partir de láseres microscópicos. Esta figurita me había diagnosticado sociopatía, algo muy común en estos tiempos. Para colmo, creí escucharle decir que las nuevas tecnologías me estaban haciendo un monstruo en lo social; sinceramente estaba pensando en mi siguiente paso como soldado en el metaverso, lo que yo llamaba paraíso. Menos mal que estos hologramas solo podían ser vistos y no ver a quien les estaba observando, así que mi médico no podía comprobar si yo estaba prestando atención.

—Lucas, ya hemos terminado, quedamos en 8 días para ver tu progreso.

Esas palabras me supieron a gloria. Decidí que iba a fastidiar un poco a mi hermana antes de meterme en el paraíso. Llegué a su habitación montado en la silla de ruedas de mi padre, que estaba tan obeso que sin ella no podía caminar. Una vez allí, vi que ella estaba hablando con una amiga a través de su pantalla enorme, así que le apagué la pantalla con un botón de mi visor y me fui. Por fin podía disfrutar de una tarde de colegas tras un día duro. Llegué a mi habitación, me encerré y me metí en la cabimeta (de “cabina” más “metaverso”, yo era un genio) para convertirme en Maxso, mi avatar virtual en el metaverso. Ese día no tenía ninguna misión del ejército, así que me reuní con mis amigos en la “cúpula”. Mureto se alegró al verme y me chocó la mano

­­­­—Tío hacía mucho que no te veía, si es que… el trabajo te está consumiendo—dijo él con cara de desaprobación.

—Claro como a ti te tocó la lotería y no trabajas—me defendió Luanka mientras me saludaba.

Mureto ganó el año anterior el premio gordo de la lotería anual que se hacía en el metaverso, diez millones de metapuntos, muchísimo. Siempre se estaba quejando de que trabajábamos mucho y él se aburría.

—No te pongas así, venga que os invitó a unos pods—cambió de tema Mureto.

—Yo los quiero rojos hoy—adelantó Luanka.

—Como siempre tú innovando, yo grises, como siempre—dije.

Los pods eran la comida y bebida del metaverso y si no comías ni bebías “morías” virtualmente y perdías ese avatar. Estas redondas cápsulas del tamaño de una bola de billar eran de diferentes colores según los nutrientes en su interior. Yo elegía siempre el gris porque fue el primero que probé y desde ahí nunca había cambiado. Cuando terminamos de comer, decidí comentarles mi diagnóstico.

—¿Pero en el mundo real o aquí?—se extrañó Mureto.

—Al menos ha sido en el mundo real, aquí estoy de lujo—respondí con una sonrisa forzada.

—Maxso, ya sabes que no te conocemos en el mundo real, así que no deberías ir comentando esto con desconocidos—dijo Luanka riñéndome.

—Pero, vosotros sois mis amigos, ¿no?—pregunté preocupado.

—Claro tío, pero lo que Luanka quiere decir es que no te podemos ayudar fuera de aquí—Dijo Mureto para tranquilizarme.

La semana de después estuve reflexionando sobre ese tema. ¿Acaso realmente era un sociópata? ¿Era verdad que Mureto y Luanka no eran mis amigos? Solamente les tenía a ellos, ya que con mi hermana me llevaba mal, mi padre estaba todo el día en el hospital o comiendo y mi madre, bueno, ella era la única persona con la que me relacionaba en la vida real, pero murió y le conectaron su cerebro a un robot. La verdad es que para nada es lo mismo que antes, ella es la misma psicológicamente, pero más deteriorada emocionalmente porque todavía esta tecnología no estaba dominada. No era capaz de tener sentimientos, supongo que de ahí yo me volví poco a poco a encerrar más en el paraíso.

—¿Lucas, cómo te has sentido esta semana?—preguntó mi médico con especial interés.

—La verdad que no entiendo qué me pasa. Creo que los únicos amigos que tengo en el paraíso no son mis verdaderos amigos—dije en un tono apagado.

—Así que has vuelto a ese vertedero. Mira Lucas, te quiero ayudar, pero necesito que hagas el esfuerzo de dejarlo, además quiero que salgas a la calle para socializar. Cuando yo era pequeño, solíamos ir al colegio a escuchar al robo-profesor y jugábamos con las tablets, ahora ya ni eso—la figurita parecía estar decepcionada.

—Sí, pero esas tablets me suenan a antigüedad, yo quiero convertirme en el mejor soldado que se haya visto jamás, un día te enseñaré lo bueno que soy en mi trabajo—me defendí.

—Lucas, tienes 17 años, por favor empieza a hacer amigos de verdad y…

De repente, la comunicación se cortó. Al mismo tiempo se apagaron todas las luces de la casa, parecía que se había cortado la red electromagnética, un acontecimiento que no se daba desde la creación de esta nueva forma de energía en los años 2120, hacía ya cuatro décadas. Supe que algo iba mal y decidí correr a preguntar a mi hermana, ya que mi madre estaba apagada y mi padre estaba en el hospital. Estaba desesperado, así que abrí su puerta de una patada, como si estuviese en una misión.

—¡Marina, se ha ido la red! ¿¡Qué está pasando!?—grité con una intensidad comparable a la de un niño de 8 años cuando su hermano mayor le pega.

—Lucas, ¡Estaba dormida! Bueno, qué más da. Me pareció escuchar ayer que la ONU en colaboración con la OMS ha calificado la situación actual de “epidemia digital” y ha decidido como medida urgente provocar el fallo de todo dispositivo electromagnético. Quieren restablecer la “convivencia del mundo real”, o eso entendí yo.

Mi hermana intentaba mantenerse calmada, pero yo sabía que dentro de ella solo quedaba el pánico.

—¿¡Ah, pero que esos grupos existen todavía!? ¡Yo pensaba que por fin el anarquismo era lo que dominaba! Menudos terroristas…

Me sentía extremadamente fatigado tras andar y andar en casa, no sabía cuándo iba a poder usar mi cabimeta, y, sobre todo, qué iba a ser de mi avatar que tanto tiempo y esfuerzo me había costado conseguir. Estuve varios días sin dormir, la energía no se restablecía, estábamos condenados. Sin embargo, una mañana recordé gracias a mi supermemoria las palabras de mi médico, por una vez pensé en hacerle caso y admitir que tiene más idea que yo sobre esto. Salí a la calle decidido, la última vez fue con mi padre cuando él todavía podía andar para ir a ver a mamá al hospital. Cuando llevaba 10 metros andados, intenté llamar a mi moto voladora, esperé 5 minutos y recordé que en el mundo real todavía iban por los coches voladores, que encima no se les llamaba, tenías que ir tú a por ellos. Me hizo recordar la basura que era el mundo real.

—Hola, pareces algo perdido, tú también…—la mano de donde salía esa voz me había tocado.

Sonó como un golpe seco, le había dado una patada del susto, en efecto no había perdido mis dotes. Era un chaval de mi edad más o menos, tenía la cara pálida como yo, así que deduje que él tampoco había salido desde hacía un tiempo.

—Perdóname, ¿estás bien?—dije con tono algo preocupado.

—Ufff, menudo golpe me has dado, no debí asustarte—logró articular mientras se incorporaba.

Por primera vez hablaba con alguien de mi edad en mucho, mucho tiempo. Fuimos a sentarnos en un banco, era un día algo soleado, un tiempo perfecto.

—¿Qué opinas del corte de energía?—pregunté ansioso por escucharle.

—La verdad que después de todo no está tan mal, llevo saliendo tres días seguidos buscando algo que hacer. Y es muy bonito ver el cielo, y los robots, y los perros robóticos, y las plantas artificiales. Después de todo esto no se ve en el metaverso—estaba muy entusiasmado.

Seguimos charlando varias horas y descubrí que este chico llamado Víctor había pasado por una situación similar a la mía. Él llevaba 4 años adicto al metaverso, pero había descubierto que el mundo real era apasionante también.

A lo largo de las siguientes semanas paseamos y disfrutamos del entorno hiperurbanizado en el que vivíamos y de lo más importante, nuestra amistad. Poco a poco fui recobrando la parte social inscrita en mis genes y reforzándola. Llegó un momento en el que el sentimiento fue tan fuerte que se convirtió en amor, y nos pasábamos los días hablando, sintiendo y conociendo a otras personas y nuestro mundo.

Tras 3 meses del “apagón”, se reiniciaron todos los dispositivos de cero y volvieron a funcionar. Tuve una cita con mi médico en cuanto todo volvió a la normalidad y le conté lo increíbles que habían sido estos meses.

—Estoy muy orgulloso Lucas, ahora solo no recaigas—apuntó él.

La parte mala, mi padre había muerto y mi madre se había reiniciado, era un robot más. Mi arrepentimiento era tan fuerte que estuve a punto de recaer en la droga del metaverso, pero fui fuerte, me arrimé a mi hermana, a mis amigos y a mi novio y conseguí seguir adelante. Me prometí jamás volver a ese paraíso maldito y empezar a disfrutar de lo que nos caracterizaba a los humanos, ser sociales y racionales. Sentí, observé, reí, lloré, hablé y escuché como nunca antes lo había hecho.

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